Total de visitas

martes, 3 de octubre de 2017

Los bares


«Nadie puede estar seguro de si fueron antes los bares o el barrio... O es que realmente el barrio no fue barrio hasta que surgieron sus bares. No en vano, decía Sabina que en Vallecas hay más bares que en toda Dinamarca.

El bareto es ese sitio donde parece que no pasa nada y está pasando todo; junto con los mercados, el centro neurálgico, es donde mejor se percibe el latido de la vida de barrio. Son lugares intergeneracionales, interdisciplinares, donde se reúne la gente más variopinta, en definitiva donde se mueve el cotarro. Si no encuentras a alguien, está en el bar. Seguro. En los bares de barrio se desayuna a distintos ritmos, se sirven bocatas con bot o a los currantes y café con leche a las amas de casa, se juegan veteranas partidas de dominó, se juntan los chavales, se come primero, segundo, postre, café y carajillo, se toman cañas con los colegas, se celebra la pachanga del sábado o simplemente se mata el tiempo cuando la sociedad se empeña en escupirnos del sistema. Y cuando todo parece estar a punto de acabar, cuando el cierre amenaza con bajarse, el bar de nuevo se transforma y llegan una vez más sus gentes..., los de siempre, los de de vez en cuando o los que solo pasaban por allí.

Cae la noche y el ambiente destila incongruencia y genialidad a un tiempo. Los bares se convierten en genuinos afters cañís para canallas intelectuales, en lugares de encuentro o simplemente en refugios donde esconderse antes de llegar a casa. En la barra, los vasos queman y se discuten proyectos, se confían cotilleos, surgen ideas (incluso se redactan consti- tuciones). Se celebran victorias con tercios o se ahogan penas con pelotes. Todo cabe. Rabia, esta, pena, desahogo, risa, entusiasmo o desasosiego. Futbolines, billares y por supuesto tragaperras. Sinfonía de vasos chocando entre sí. El grito de «¡bote!» y la campana. Tapillas de aceitunas y torreznos. El «oído cocina». El menú del día. «¡Marchando un bocadillo calamares!». Risas estridentes. «Pepe, apúntame la dolorosa». El fútbol. El anís El Mono. El baño sin papel. Diálogos de besugos. Conquistas improvisadas. Camareros psicólogos. Una partida de cinquillo. El salir de cañas y acabar de copas.

El catálogo de bares de barrio es interminable. Están los bares de viejos, de clientela asidua y tiempos lentos. También los bares «Pepe», con la grasilla corriendo por los azulejos y las patatas. El bar de la peña, donde los botellines reúnen día tras día a los colegas de siempre. La cafetería de la esquina, con suculenta bollería y frecuentada fundamentalmente por mujeres (porque, para qué negarlo, el ambiente del resto de bares es bastante masculino). Los chinos han generado un nuevo tipo de bar capaz de combinar el arroz tres delicias con los pinchos de tortilla. Por supuesto, también está el bar recién reformado, de grandes cristaleras, que intenta imitar la moda de los bares del centro. Los bares latinos, cuya música y esta parece no tener fin. Y, cómo no, están los bares donde el crapulismo de barrio se da cita, ajeno al paso de tiempo (desde aquí un saludo al gran Bar Río).

Bajar al bar es, en definitiva, como estar en el salón de casa. Se respira camaradería. Es el único sitio donde uno puede decir aquello de «lo de siempre» sin miedo al ridículo, a pesar de que cada día tome algo diferente».

Carabanchaleando. Diccionario de las periferias. Métodos y saberes autónomos desde los barrios. Traficantes de sueños. Madrid, 2017.