«Entre
políticos, periodistas, sindicalistas, empresarios y profesionales de
todos los sectores estamos creando lo que Lázaro Carreter bautizó como
"neoespañol": un nuevo idioma aparentemente derivado del español, con
el que, a este paso, guardará un lejano parentesco. En la mayoría de las
ocasiones usar esta neolengua no es más que una incorrección, por bien
que les suene a quienes la practican y, en otras, un artificio
innecesario, cuando no un mero acto de mimetismo que, si está provisto
de conocimiento, se convierte en necedad.
Este neoidioma está plagado de todo tipo de
eventos programadados y
objetos versátiles
de diversa índole, dotados así de una capacidad que hasta ahora estaba
reservada a los humanos. Allí, el empleo no se deteriora o se hace más
inestable, simplemente se
precariza; uno se
posiciona, cuando debiera definirse o situarse; se
publicita, para no dejarlo sólo en se anuncia; se
relanza, cuando se quiere impulsar o reactivar; no se aumenta de tamaño, se
sobredimensiona; ni se transmite ni se articula, se
vehicula. Cuando se quiere iniciar se
reinicializa; las cosas no se resuelven, se realizan o tienen lugar, se
sustancian; no se aclaran, se
clarifican; ni se devalúan, se
desvalorizan. Donde bastaría enfocar se
focaliza; a la hora de resumir, se
sumariza. En los partidos, no hay distintas corrientes sino
sensibilidades, por no decir disidencias; los planes no se ponen en marcha, se
implementan; las ideas o goles no se plasman o meten, se
materializan.
En esta neolengua no se legitima, se
legitimiza, que es más largo y suena más moderno; las cosas no se mejoran, se
optimizan; los coches se
siniestran; no se recibe sino se
recepciona; y se
direcciona cuando se quiere dirigir. Las personas o las cosas no se reintegran, se
reinsertan; los precios o resultados no se comparan, se
bareman. Allí, nada simplemente se acaba, concluye o termina; todo ampulosamente
culmina».
María Irazusta. Las 101 cagadas del español. Espasa Libros S.L.U. Barcelona, 2014.
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